Ramón Llobet posee un negocio en la calle Mercería, frente al castillo del Patriarca, reconvertido en hospital de sangre y muy cerca del figón de la viuda, es decir, en un lugar céntrico de la ciudad alta. Viste a las personas más elegantes de la plaza, no en vano su tienda se halla nutrida de las mejores telas de toda Cataluña.
Es diestro y habilidoso con las tijeras, pero lo es más adquiriendo y vendiendo secretos. A él acuden desde afrancesados, ingleses, patriotas, agentes, espías, y una larga e interminable lista de indeseables. Unos le venden confidencias, otros las adquieren.
No le importa a quien vende con tal de embolsarse el oro que le procuran sus clientes.
Ramón Llobet posee un tesoro. Unos pliegos donde anota meticulosamente las confidencias que adquiere y el fruto de sus propias investigaciones y las de los confidentes que están a sueldo del sastre. La existencia de esos pliegos ha llegado a oídos de Ixart, y de Smith, el lacayo del comodoro Condington, incluso Pedro Casas, el comisionado de las Cortes conoce su existencia, algo muy peligroso para la integridad de Llobet y su familia.
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