Capitán de las Milicias
Urbanas de Tarragona en 1811
Quien nos irrumpe con valor y arrojo en esta nuestra crónica de hoy, es el querido y valorado Quim Fábregas, cuyo nombre cumplido no es otro que el de Joaquín Fábregas Caputo, así que con el beneplácito de todos los oyentes marchamos a conferenciar sobre la existencia de nuestro héroe y aunque hallen oposiciones con los pliegos novelados, les atestiguo que lo que van a atender a continuación es la indudable historia de Fábregas.
Era Quim retoño de una familia burguesa de la plaza, así que en su cháchara y modos no faltaban el respeto y la sapiencia, que la tenía a esportillas. Brotó a esta vida un 2 de noviembre del año de nuestro señor de 1778, por lo que el año del asalto poseía en su haber la edad de Cristo, y si bien los Caputo eran oriundos de Italia la estirpe se hallaba en la plaza desde mediados del siglo XVIII cuando el negociante Francesc Caputo Gallo cultivaba labores de alguacil.
Su progenitor, Ramón Fábregas Seguí era notario y prior del Colegio de Escribanos de la villa y nuestro personaje, mostrando agallas como pocos se presento voluntario a las Milicias Urbanas en junio de 1810 cuando otros en aquellas fechas tenían que ser enrolados a punta de fusil y bayoneta. Si es que por aquellos entonces la política de levas de O’Dónell lo único que hacía era abonar el odio de todos, eso y las innobles leyes que dictó sobre las deserciones, pero obviemos al resto y al comandante O’Donell, que ya habrá lugar para ellos más adelante.
Su reputación y bravura frente al enemigo pronto le condujeron a lucir el compromiso de subteniente y ulteriormente el de capitán de Migueletes y les expreso fidedignamente que para lucir las charreteras había que ganárselas con valor, que nadie concedía nada por entonces.
A nuestro valiente y aguerrido Quim se le delegaron diversos encargos nada cómodos de culminar, como la de socorrer las tropas de regulares al mando del marqués, con batidas en primera línea frente al enemigo para que los nacionales consiguieran de esa forma, existir libres de ventura y peligros, y naturalmente a la atención urbana con labores de vigilancia y patrullaje por los empedrados, así como a los partes de recados de enlace entre las diferentes tropas y mandos, y por si lo que le refiero fuera poca tarea, tenía la labor de establecer y mandar muchas de las guerrillas que dieron por la trasera una y otra vez a los piojosos gabachos desbaratando sus avanzadillas y destrozando sus convoyes y asentamientos.
Pero pasemos a lo substancial del asunto que nos reúne hoy frente a la panocha acolchada, que fue otro que el desempeño de Fábregas como capital de Migueletes durante los dos meses de asedio, cuando las granadas y las bombas no consentían entrecerrar los ojos para yacer un instante y muchas de las balas lanzadas por los cañones de grueso calibre de los imperiales impactaban en las techumbres de muchos hogares y construcciones de la plaza, derrumbando muros y aprisionando entre los escombros a los nuestros, tal era el brío y desespero de las tropas de Suchet por tomar la ciudad que no dejaban los bronces catedralicios un soplo de paz y ellas con sus repiques tampoco. Así que a Fábregas y a sus subordinados los consignaron a abrigar el Portalet, quehacer de envergadura, se los atestiguo.
Logrado el día del asalto, las tropas de ese posterior mariscal llamado Suchet penetraron en la plaza a la desbandada por el baluarte de San Pablo, vociferando como energúmenos que eran y chamuscando pólvora con sus fusiles, manejando sus sables y las aterradoras bayonetas con las que ensartaban a todo bulto que se les apostaba por delante y les brindaba algo de aguante, así que en poco período y velozmente se esparcieron por doquier, irrumpiendo en la plaza pese a la tenacidad y bravura de los lugareños y migueletes que se hallaban apostados tras las barricadas y parapetos que se habían cimentado en todas las travesías mientras se les lanzada plomo tras los balconcillos y lumbreras aspilladas, y los vecinos les arrojaban todo cuando tenían a su alcance, se gobernaron como expresaba hacía la posición defendida por Joaquín Fábregas que les aguardaba con sus valientes.
Eran muchos los que remontaban por la bajada de los capuchinos y ya colmaban la gran explanada, así que hay que expresar que Quim Fábregas amparó su paraje bravamente, batiendo un buen numero de tropa enemiga mas cuando el escenario se hizo indefendible, no dudó en salvar a los suyos y replegarse, ordenando al soplo, como un bravo, que sus prójimos prosiguieran la riña cuerpo a cuerpo, a la desesperada, lanzando cuchilladas como osados, hasta que no tuvieron mas disyuntiva que desatender su posición, pues desabrigados por los regulares, el número de contrarios progresaba y no tenía forma humana de sujetarlos, así que la reyerta se ensanchó por la plaza de la Fuente y por la bajada de Misericordia. Como han escuchado, teníamos a nuestro héroe en la mal llamada segunda línea de defensa, que en aquel soplo era la primera pues el arrabal hacía pocos soles que había estado tomado por los imperiales.
A la altura de la corredera Mayor, un soldado gabacho le cayó encima, pero Fábregas lo espichó con un mandoble de su sable cuando en el mismo soplo abatió a otro enemigo que le embestía por el dorso, que de traidores lo eran un buen rato, no como los nuestros, que dábamos la cara para que nos la partieran y los roñosos lo hicieron, pero nos llevamos por delante una buena piara de puercos gabachos cuyos jamones deben estar fermentándose sobre los enlosados de las travesías.
Como tantos valientes, en el llano de la catedral recibió hasta cinco lesiones de sable, bayoneta y plomo, las más embarazosas en el pecho y la cabeza, hasta que definitivamente, sin fuerzas por la pérdida de sangre que le dejó extenuado y sin aliento, fue sometido y aprisionado por los franchutes quienes le arrastraron hasta el cuartel de su general en Constantí, como ya conocen.
Los enemigos forjaron pocas excepciones con la orden del general de pasar a cuchillo a los defensores, solo aprisionaron a los oficiales de alta graduación, suerte de Fábregas que tras mostrar su valentía en numerosas refriegas había logrado alcanzar el grado de capitán, lo que le salvo del degüello indiscriminado que realizaron los cochinos gabachos.
Sanado de sus lesiones fue acarreado a La Francia y confinado en los castillos de Grijon, Sant Franóis d’Ayxe y en la ciudadela de Montpeller. Allí ensayo una evasión que desdichadamente no tuvo buen final, por lo que fue reubicado en el castillo de Jou, donde subsistió reciamente encadenado por el tiempo interminable de cinco largos y eternos meses que se le atojarían lustros.
Posteriormente logro tocárselas de su cautiverio y retornar a la ciudad de Tarragona que tanto amaba y a la que defendió hasta la extenuación. En 1817 fue nombrado notario, extendiendo la labor de su progenitor en la escribanía pública del Real Colegio de la Ciudad.
Fue diferenciado con la placa de fidelidad de las Milicias Urbanas de Tarragona. Cabe revelar que según registraba el caballero Alegret, y de acuerdo con la reproducción del artista Salvador Alarma Tastás, el uniforme de las Milicias Urbanas de Tarragona radicaba en una casaca corta en azul aturquesado, sobre el pecho una pasamanería semicircular en verde y en tiras pequeñas, con botonadura dorada, armilla blanca cerrada por la parte inferior y cuello alto donde figuraba un distintivo delante de la papada. Los hombros también eran alzados, con un ribete verde y el indicativo de graduación.
Fábregas destacó por su prestigio como defensor de la ciudad y su lealtad a la Monarquía. Ulteriormente ascendió a comandante de la Milicia, jefatura bien lograda.
Unos años mas tarde y durante pocos meses, fue designado alcalde de la ciudad, pero eso es molienda de otro costal y yo ya no les fastidio más con mis cosas, pero me parece innegable que al final de mi disertación, ya conocen ustedes pizca más de nuestra historia que esta mañana al levantarse de su jergón.
Por cierto, esta parrafada que os he desenganchado se la debemos a las notas recopiladas por el Ilustre Jordi Morant i Clanxet, que es de donde un servidor se ha valido para ofrecerles está charla dedicada a Joaquín Fábregas Caputo y a los héroes de Tarragona de 1811.
Fábregas, los amantes de la historia, no te hemos olvidado.
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