miércoles, 8 de diciembre de 2010

Migueletes y caragirats, la mancha de la Brivalla

Es cierto, la Brivalla, conocidos por los caragirats, eran migueletes desertores al servicio de las tropas francesas, pero mal homenaje haríamos al resto de las milicias urbanas si nos detuviéramos en ese oscuro aspecto de los bizarros y patrióticos tercios de migueletes que defendieron Tarragona en concreto, y el resto de Cataluña en general.
Si existieron, deberíamos preguntarnos acerca de la férrea política de levas impuesta por O'Donel que arrancaba de sus hogares a los jóvenes de dieciséis años que, sin preparación militar alguna, eran enviados a combatir contra los franceses lejos de sus hogares, y todo, porque el ejército regular se mostraba inútil y poco capaz para repeler y expulsar al enemigo.
Las penas impuestas por deserción alcanzaban el fusilamiento de los apresados y se hacían extensibles a sus familiares o a quienes dieran cobijo a los mismos, quizás ahí se empezó a fraguar ese odio, pues quien tenía reales en la faltriquera eludía el alistamiento de sus hijos, no así los pobres labradores y gentes humildes que no podían satisfacer las ansias recaudatorias de un mando incapaz. De igual modo se recompensaba la caza de los que hubieran desertado y eximían a los hijos de los capturadores de cumplir con la leva, abriéndose de ese modo, una caza implacable contra miles de jóvenes catalanes que asustados y arrancados de sus hogares, huían tanto de los franceses como de los soldados españoles y de las partidas que intentaban darles caza.  Los migueletes eran  menos costosos de mantener que los soldados, de ahí que el ejército precisara de ellos.
Dos mil quinientos milicianos VOLUNTARIOS fueron los encargados de defender la plaza de Tarragona. Si antes fueron perseguidos por cazadores de recompensas cuando se producían deserciones, ahora tendrán que rendirles merecido tributo por su patriotismo, bizarría y empeño en la defensa de la ciudad, hombres que hicieron honor a su lema de VENCER O MORIR, cuando el ejercito regular al mando de Campoverde abandonó la plaza a su suerte, llevándose con él a Pedro Sarsfield, encargado de defender el arrabal. Pero eso no es todo, pues el comandante en jefe, después de huir como un conejo, iba a ser seguido por la guarnicion que quedaba al mando de Juan Sénen de contreras, aconsejados por un oficio de la Junta, y todo, un día antes del fatídico asalto de Suchet. 
Salvo pocos soldados al mando del teniente coronel Andrés Eguiaguirre, el resto se porto como un atajo de cobardes que dejaron a su suerte a la población civil, y fueron ellos, los migueletes y somatenes quienes hicieron frente a las tropas de Suchet, quienes murieron y dieron su vida por Tarragona.

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