miércoles, 11 de mayo de 2011

Tercera entrega de las crónicas de El Mellado

Juan Sénen de Contreras


Bien, bien, marchamos con buen poniente. Pues eso, que como ya somos veteranos de tantas jornadas como andamos platicando a esta panocha tapizada que me encajan delante de los hocicos, y si bien me tienen seco y sin aguardiente que arrojarme al coleto, les voy a premiar, para que observen que no soy un resentido, con las confidencias que alcanzaron mis orejuelas de lo acaecido con Juan Sénen de Contreras. Asienten bien sus posaderas a sus poltronas, que lo que van a juzgar, nadie antes se los ha desahogado.
Juan Sénen de Contreras, mariscal de campo, fue investido gobernador militar de la plaza a primeros de junio por el comandante en jefe Marques de Campoverde. En aquel entonces, Campoverde había vaciado la plaza de las tropas que la dotaban para apostar un cuartel general en Valls, y me almaceno los propósitos que albergaba con ello.
Así pues, cedió el caudillaje de la marina a Pedro Sarsfield, con un grado de cierta emancipación con relación a Contreras, lo que trajo alguna oposición entre ambos mandos con consecuencias espantosas para la ciudad.
El brigadier, consumando devotamente las disposiciones recogidas del comandante, elaboró pocos negocios con el plan de desbaratar las labores de los franceses, pero estos, pronto construyeron frente a las murallas del arrabal, diversos caminos cubiertos y paralelas, a la vez que varios reductos, donde apostaron su artillería de grueso calibre y forzaron con tan solo dos tiros de cañón, y permítanme que lo recalque, dos tiros, a que la escuadra del comodoro Codrington y las cañoneras españolas se esfumaran del alcance de sus catalejos y se guarecieran, como dicen hacen los avestruces, en el milagro, frente al Fortí de la Reina, vamos, que les faltó tiempo para salir corriendo y abandonar la fiesta.
La finalidad del francés era hacerse con los baluartes del arrabal, desde el fuerte Real, vadeando por el del Francolí, el de Orleans y la Luneta del príncipe. En tanto aconteció un hecho vergonzoso que a continuación les voy a referir:
Les anticipo que nada de lo que sucedió quedó transparente, ni siquiera en el juicio que se cumplió en Valencia unos años más tarde. El hecho fue que el brigadier Sarfield se hallaba lastimado en un remo, o eso se barruntaba por las travesías, y no se sabe si a petición propia, por mandato del comandante o por desacuerdos con Contreras, éste le rubricó la venia para que Sarsfield dejara su sitio con los 2000 soldados que amparaban los baluartes y cortinas que tanto codiciaba el gabacho.
Los tres mandos se arrojaron las culpas a la testa de aquella felonía furtiva, pues a nuestros ojos, fue una deserción en masa y a todos nosotros, que observamos con el corazón en vilo como Sarfield arriaba velamen y se esfumaba, abandonando a los valedores del arrabal y dejándolos solos ante los imperiales, se nos menearon las tripas por tamaña pavura, apretamos dientes y puños y gimoteamos de impotencia.
Contreras, una vez Sarsfield había desertado de la plaza, pues no tiene otro nombre su vil acción, garabateó al marques lastimándose y refiriendo la debilidad en la que había quedado el arrabal, y eso, después de rubricarle el pasaporte al brigadier; le departía de la falta de artilleros, la escasez de ingenieros y zapadores, así como maderos, travesaños y todo cuanto apreciaba necesario para la defensa.
Tanto berrearía Contreras que parece que el marqués accedió, pero caballeros, no se hagan ustedes quimeras, que asemejan ser críos de teta y se lo pasan todo, me he pronunciado cabalmente, he expresado parece, no que accediera, y me  explico… El marqués, mucho cacarear y no poner huevos, prometió embestir al enemigo por la retaguardia, o por las posaderas, que ya me conocen, con más de 4000 soldados que se había transportado de la plaza y reposaban u haraganeaban en Valls, que yo no me hallaba presente para verlo ni nadie me refirió cómo derrochaban el tiempo.
Los soldados, que cumplen tenazmente las órdenes de sus mandos, perduraron en el exterior aguardando la decisión de arremeter contra los gabachos, para serenar la situación de la plaza en general y en concreto del arrabal, pero la soldadesca esperaba paciente hasta que se oculto el sol y las negruras les envolvieron,  más la orden del general no llegó y ellos, con la rabadilla entre los remos se tornaron para Valls, que la noche enfriaba y no era materia de salvarla a la intemperie.
Ese desdichado hecho, o esa farsa del marqués, aprécienlo como les plazca, que yo ya no ando a mis años para desparramar descalificativos, o evacuarme en la tumba de nadie, y pasado el 24 de junio, que es cuando debía causarse la embestida prometida por el marqués, mosqueó sobremanera a Contreras, quien principió a cavilar cómo podía amparar a la dotación del ejército que permanecía acobardada tras las murallas, he dicho a la soldadesca, no a los vecinos, que para nadie contábamos o qué barruntan ustedes, menos mal de mis religiosas, que me miman como a un infante.
Así se hallaban los ánimos y algo debía husmear el marqués del malestar del gobernador, porque ciertos altos mandos de la plaza recibieron un pliego del comandante para que celebraran un consejo de guerra, con la amenaza de que si Contreras decidía rendir la plaza, entre ellos designaran un sucesor con el precepto de no rendirla bajo ningún concepto.
Contreras que en absoluto veneraba la reserva de las misivas, al llegar estas a sus manos, las examinó, y prontamente ordenó congregarse con los generales que disponían divisiones y secciones, junto al comandante general de ingenieros, al coronel José Canaleta y a Andrés Eguiaguirre. Una vez congregados y expuesto el estado de la plaza, expresó a sus mandos, y cito: Que siempre que entre los concurrentes del consejo hubiese alguno que en el estado en que se hallaba la plaza pudiera defenderla por más de un día y que demostrara poder hacerlo sin la fuerza exterior, pues ya no contaba con el apoyo de Campoverde, dejaba el mando en el acto y serviría a la ciudad como mero granadero.
Los apiñados declararon que resultaba insostenible amparar la plaza. Andrés Eguiguirre, procediendo de secretario del consejo, principió a elevar acta uniendo a la misma las cartas de Campoverde, cuando en ese soplo hace acto de presencia un jefe militar con un oficio de la Junta Superior de Cataluña en el que se instaba a Contreras, pero mejor se los declamo a viva voz: Se le insta con el mayor calor, a que, atendida la terrible situación en que se halla la plaza, expuesta por necesidad a sucumbir por la falta de socorros y por la toma de los puntos exteriores por parte del enemigo, a salvar a la valiente guarnición a fin de reunirla en el exterior, una vez unida con esa fuerza, el futuro del principado será muy distinto.
Jeje, consiéntanme que me sonría. ¿Deshonroso, cierto, o solo me lo parece a mí? Tanto Contreras, que consiente y acepta la invitación de la Junta para huir de la plaza, eso sí, sin rendirla, no sea que la historia le trate mal a él o a Campoverde, tal como le sucedió al conde Alacha por lo de Tortosa, como la Junta Superior de Cataluña y el propio marques, se habían olvidado de Tarragona y sus naturales, pues ahora su objetivo, dada la inminente perdida de la ciudad, era congregar un gran ejercito para salvaguardar el futuro del principado, al presente que lo sepulten, como muchos procuraron hacer, pero para que eso no acontezca, se halla Jordi, El mellado, que les he puesto las traseras bien visibles, para que puedan ver sus lanudos y cagados posteriores, culos, vamos, que tanto eufemismo me cansa a mí mismo.
Pero la pantomima que compusieron para serenar a los vecinos fue sorprendente. Campoverde ordenó al barón de Eroles, el día 27 de Junio, que se arrimara hasta Tarragona, donde le aguardaba Contreras. Uno y otro se anduvieron por las defensas a la vista de todos. Concluida la representación, el barón abandono la ciudad con la palabra de retornar con socorros al día posterior, sin embargo, Juan Senén de Contreras poseía otros propósitos y ciertamente el barón, no regresó.
Excusen si me dejo cosas en el frasco, pero es que las traiciones fueron tantas que me ensancho demasiado y no merece la pena referirlas todas, como los 1200 infantes ingleses que no alcanzaron a desembarcar porque Contreras les expresó que hicieran lo que les diera la gana, y lo hicieron, no desembarcando, o que esa misma noche Campoverde, que no vivía al tanto del oficio de la Junta y de la pretensión de Contreras de desertar de la plaza al día siguiente, establece que le despachen a 3000 soldados para que se apiñen con él en Valls, o como el Coronel Canaleta ordenó abrir un rastrillo para dejar el paso expedito a los imperiales, o como los 2000 soldados que resguardaban la segunda línea de defensa se habían eclipsado de sus puestos, o cómo,… si mejor me introduzco la sin hueso en la embocadura y me silencio.
La escapada de los soldados solo podía cumplirse por el paso que había entre el fuerte del Olivo y Constanti, así que Contreras apadrina la disposición de tocárselas de la ratonera a las ocho de la noche del infausto día 28 de Junio. Se convino esa hora porque conjeturaban que Suchet ingresaría en la ciudad algo más tarde y tendría sus tropas y esfuerzos consignados en el arrabal frente a la muralleta, en lo que era la segunda línea de defensa.
Ordenó entonces, que la guarnición surgiera en tres secciones, la primera de 1500 hombres gobernada por el coronel Antonio Roten, la segunda de 2000 hombres al mando del mariscal Don Juan Courten, y la tercera, con 2900 soldados, al mando del coronel Andrés Eguiaguirre.
Pero dilectos oyentes, el general Suchet se les avanzó, y a las cinco de la tarde hacía su entrada en la ciudad por la calle bautizada posteriormente de Asalto, lo que imposibilitó que los soldados se fugaran de la misma, pero siguieron probándolo, y como no podían hacerlo en perfecto orden por la puerta del Roser, lo pretendieron por el portal de San Antonio, por el camino Real de Barcelona, junto a muchos paisanos, pero las tropas imperiales les obstruyeron el paso e hicieron cautivos a todos los soldados. Sepan ustedes que respetaron la vida de los soldados, no así la de nuestros vecinos, que fueron vilmente degollados.
Contreras, a quien puede que el arrepentimiento por la orden que había dado de desertar le royera las profundidades, dejó un pliego escrito dirigido a Suchet, demandando humanidad para los naturales de la ciudad. Y Yo digo, que se metan su humanidad por el bujero que más apretado tengan, que nos dejaron solos y desamparados en manos de los verdugos imperiales.
Ese fue el ejercito que poseímos, el que vino a protegernos, el que nos entrego, el que nos abandono, y ahora todos claman un lugar en la historia como héroes, pero si los únicos héroes fuimos los que perseveramos protegiendo la plaza, los ancianos, las mujeres, los chiquillos, los mozalbetes, los obreros, en suma, nosotros, que vertimos torrentes y torrentes de sangre a expensas de la vil cobardía de los mandos y soldados. Y por hoy, ya han tenido suficientes revelaciones.

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