El Marqués de Campoverde
Luis González de Aguilar
A las buenas nos de Dios, sí, soy yo nuevamente, El Mellado. Hoy voy a detallarles en esta mi segunda intrusión ante ustedes, a la figura de nuestro comandante en Jefe, Don Luís González de Aguilar, el Marqués de Campoverde.
No me ensancharé de forma recargada al denunciarles cómo su excelencia logró la jefatura del Principado, pues por aquellos entonces la ostentaba de interino Miguel Iranzo, alguien a quien parece ser no le sentó nada bien la desventaja que indujo la pérdida de Tortosa por el longevo y lesionado Conde Alacha, a quien Campoverde le constituyó un consejo de guerra y le penó a palmar decapitado, pero como el conde se hallaba preso del francés, tuvo el marqués la ocurrencia de cortarle la testa a un muñeco de trapo, así andábamos entretenidos debió cavilar, y por entonces así era.
Pues sí, expresaba que el derrumbe de Tortosa se produjo a finales del año de nuestro señor de 1810, ya durante la primera semana de enero su excelencia Miguel Iranzo formalizó ante la Junta la dejación de sus funciones en favor del marqués, alguien a quien no había propuesto ni la Junta Superior de Cataluña ni el Consejo de Regencia, ni nadie con mando que yo sepa, salvo el del propio Iranzo, y que se llevaba a envenenar, me refiero al marqués, con los generales catalanes, como Milans, Clarós y Rovira. En su amparo, Iranzo argumentaba su avanzada edad, lo mismo que el resto de sus generales, pues todo señalaba que nadie anhelaba esa patata calentita después de lo de Tortosa y menos con Suchet arrimándose a Cambrils.
En fin, que todo revela que para alentar los ánimos y como el marqués se hallaba bien abrigado con los húsares de granada, gente de mucho respeto en la plaza, alguien envió, o quizás fuera por empuje propio, al páter Coris, un cura del Oratorio de San Felipe Neri, sí, por allá, por Cádiz, que dicen que es de España, lo de la Pepa, que no me atienden bien.
Pues no va el Páter y se hace juntar por los tablajeros una tribuna para templar los ánimos, arrojando alabanzas a favor del marqués y en contra de O`donell, aunque eso no hacía falta que lo forjara, pues a ese fulano que se nos arrió con varios cofres de monedas hasta la isla, con el subterfugio de curarse de una lesión, nadie le pretendía en la plaza, pero ahora no toca departir de O`Donell.
Ese páter, no gozoso con arengar al populacho, se acarreó de la ciudad vecina de Reus, creo que del mismo Mercadal, no menos de doscientos exaltados que aclamaban al marqués por todo el empedrado de la plaza, y la que ajustaron en el hostal de Serafina con letreros y apetitos de gresca ni se los refiero, que hubo su más y sus menos y tuvieron que parar a más de uno a golpe de sable y a punta de fusil. Incluso se señalaba a González de Aguilar andar detrás del páter, alentándolo para que engrescara los ánimos de los nuestros en su favor, algo que no me casa en la mente, pues según su propio manifiesto, hasta en tres ocasiones escribió al Consejo de Regencia poniendo su cargo a disposición de sus componente, pero maldito caso que le hicieron, yo pa mi que se arrepintió de ostentarlo una vez lo había logrado, quizás no midió bien las consecuencias del mismo, pero quita, que me despego de lo importante.
Expresaba, que bastante oscuro andaba el modo y las formas con las que el marqués logró la Jefatura, pero ahí lo teníamos, con su casaca impecable y sus charreteras brillantes, luciendo porte por las travesías cuando no se acuartelaba en el Fortí de la Reina.
Digo que teníamos comandante en la figura de Campoverde, y una vez perdido el fuerte del Olivo, formó un consejo de guerra con su estado mayor para disponer de las tropas que guarnecían la plaza, con el sano o insano pensamiento de hostigar a Suchet por los posteriores, o como mentan los soldados, por la retaguardia, que al postre es la misma cantinela.
Así que ni corto ni perezoso, el mismo día 28 de Mayo, amén de bautizar un nuevo gobernador, que lo fue, Don Juan Sénen de Contreras, y disponer al que lo era hasta entonces, Juan Caro, que fuera en busca de socorros para amparar Tarragona, manda y ordena que más de 6000 de los muchos bizarros soldados que habían arribado desde todos los territorios de España para escudar la ciudad, que emergieran de la plaza y se fletaran hasta el Rourell o Valls, que no lo recuerdo, donde su excelencia pretendía asentar un cuartel general con aquellas tropas, con la palabra de regresar raudo si los sucesos lo requerían, ya os digo, con la mira de cercar al enemigo y darle por detrás.
No conjeturen que los arbitrios del marqués no inducían a que se nos corrieran los pedos como a los abueletes y nos aviváramos con nuestros orines, que cuando distinguimos salir a toda la soldadesca y nos quedamos a solas con Contreras, un sudor frío nos anduvo por el pescuezo.
Para mí que la tropa que se llevó el marqués se le antojó poca y al mismo desembarcar 2000 soldados en el puerto, despachados por O`Donell, que por aquel entonces era el comandante de la región militar de Valencia, va el marquesito, permítanme ustedes la confianza, y los embarca nuevamente para instalarlos en Valls.
Si es que la tropa en la plaza menguaba y la del exterior anexaba, algo que no concebí muy bien, pues si venían a amparar Tarragona, en lugar de realizar salidas para desorganizar las obras de Suchet, como le requeríamos todos, incluidos sus muchos generales, pues el gabacho se arrimaba oscuramente por el arrabal con sus zanjas y paralelas, que ya adivinábamos las oscuras bocas de sus cañones de grueso calibre, va nuestro gran estratega y los saca de entre las murallas para ponerlos a buen recaudo, no sea que se les manchen y luego tenga que baldearlos con aguardiente, que de agua andábamos mas bien justos.
Pues si esto les parece suficiente, asienten sus posaderas y tengan aguante, que aún falta lo mejor por venir.
Andaba el Brigadier Pedro Sarsfield herido en un remo, o eso se cuchicheaba por las travesías. Se hallaba protegiendo el arrabal, qué sé yo si cabeceaba en el fuerte del Francolí, en el Real o en la Luneta del príncipe, frente al enemigo, que pa mi, arrojos no le faltaban al brigadier Sarsfield. Pero sucede que Don Juan Sénen de Contreras, no sé bien si por arranque propio, por precepto del marqués, o a postulación del brigadier, le otorga el pasaporte, si, la venia, vamos que el brigadier se nos despega y planta a los de la plaza.
No me gusta alzar la voz, pero ustedes me han atendido bien, a menos de 60 toesas teníamos a los franchutes y sus cañones, que hasta les olíamos los pedos y manteníamos conversaciones amigables con el enemigo, como: ve a mamar de la teta de tu madre y del pijo de tus muchos padres, y va y se nos embarca el brigadier Sarsfield con otros dos mil soldados a sus órdenes. Pero mantengan ustedes la entereza, que eso debe ser un procedimiento de inteligencia y un servidor no entiende de habilidades militares.
Aunque no ando bien de adiciones, y menos de sustracciones, pues jugar a la morra ya se me hace cuesta arriba, creo que en el exterior cobraba el marqués no menos de 10.000 soldados que en un primer soplo debían de andar tras nuestras murallas, al abrigo de las aspilleras vomitando tiros a los franceses y conversando con ellos, como era costumbre, pero !quiá!
En esa andábamos todos, atendiendo las conversaciones de Contreras por los empedrados donde nos revelaba que nos hallábamos vendidos si el marqués no regresaba. No sospechan las cagaleras que nos ingresaban al escucharle. Las mozas se le arrojaban a los remos, gimoteando e implorando que venciera la plaza, pero el gobernador las coceaba para retirarlas, y no solo eso, si no que recibía a los enviados de Suchet que portaban la banderola blanca de tregua para pedir la rendición de la plaza y Contreras los recibía a fusilazos, quizás albergaba la esperanza del regreso del marqués, y todo era posible, pues por entonces acudió el Barón de Eroles para tomar nota de cómo andaban nuestras defensas y si precisábamos los socorros del comandante. Anduvieron toda la mañana, Contreras y el barón paseándose de aquí para allá por todos los baluartes y cortinas, tomando nota como buen estudiante para informar a su superior y luego se esfumó entre las negruras de la noche. Lo mismo se reprodujo cuando ya nos encontrábamos con las bayonetas de los gabachos a dos pulgadas de nuestros pescuezos, que desde Cádiz nos embarcaron a 1200 infantes para lidiar, codo con codo con los nuestros contra el común enemigo. Que igualmente los recibió Contreras con los brazos abiertos, pero los infantes no llegaron a desembarcar, quizás por temor a meterse en la boca del lobo, y nosotros, temblando como pajarillos, que el marqués no venía en nuestro socorro, ni les daba a las tropas imperiales por la retaguardia, ni Contreras rendía la plaza, ni los ingleses desembarcaban.
Nos juntamos todos en la catedral rezando para que nuestro comandante se arrimara a las murallas y escupiera sobre el cogote de Suchet, pero eso no sucedió, que nos abandonaron y aún no he logrado conocer por qué el marqués no consumó su palabra para con los de Tarragona. Y pregunto: ¿Alguno de ustedes conoce el motivo?
Recuerdo que tres años más tarde hubo en Valencia un juicio contra Campoverde, por la forma en que había dejado la plaza sin que acudiera a su socorro ni hostigara a Suchet por las traseras, pero de nada sirvió. Solo recuerdo lo que realmente acaeció, y fue que los imperiales ingresaron en Tarragona, a sangre y fuego, eso es lo que sucedió.
Así que correspondamos al marquesito su inestimable auxilio, en su conciencia caiga el crimen de los nuestros, porque aquello fue un atentado en masa, se los atestiguo, y yo, El Mellado, doy fe.
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