miércoles, 28 de diciembre de 2011

Concurso de relato


La Guarra del Francés, por GusapirA

Imbéciles.

Tanta cabritera, recullons y tantos huevos. Tanto espichar gabachos y los tenemos dentro, todos sabemos quiénes son, donde viven y a qué se dedican. El impresor no es trigo limpio, lo saben desde las putas hasta la Junta (no hay mucha diferencia entre ambos oficios) y nadie hace nada. "A ver si delata a su enlace" ¿Qué enlace ni que puñetas? Espichando al Ixart el enlace movería ficha y lo veríamos todos, retrasados mentales. Salvo los que estáis tan ciegos que necesitáis pensar que estáis salvando a la patria y al rey. ¿A qué rey, tontos del haba?

Qué listos os creéis, sin embargo, con vuestras maquinaciones y chorradas, con vuestras incursiones nocturnas cabritera en mano matando muchachos (no, gabachos no, muchachos) que no saben ni por cual lado se agarra la bayoneta y dejando dentro de casa viva a la culebra.

Ese Mingo, payés inculto, que despreció mis servicios de campo a su mando por ser mujer y bonita sin tener en cuenta que manejo como quien mejor de los hombres cualquier hoja cortante que en mi mano pese poco para que la pueda levantar. Ese Xavier que tampoco tuvo a bien acoger mi ayuda y me instó a unirme a las demás mujeres que prestan auxilio a los heridos y menesterosos. Estúpidos. Ahí se pierda la guerra si se rechaza usar un arma poderosa que se ofrece sin cargo ninguno solo porque le falta el rabo, tal cual si la boina no cumpliera su función de abrigo a falta de tan ridículo adorno.

Pero eso lo arregla la menda. Rápidamente, además. Qué fácil es reconocer un afrancesado. Se creen tan ilustrados y cultos, tan refinados y superiores que no les vale aliviarse en el arrabal con los servicios de una fulana cualquiera. Les gustan con clase, con la que creen que tienen ellos, qué menos. Huyen de las tabernas y tugurios, de la suciedad y la quincalla. Pero tienen bragueta y no tiene mucha ciencia ponérsela gorda ni al hombre más ilustrado.

Comienzo el ritual por los tirabuzones, rubios a la sazón del sol de la masía, que formo con rulos y tenazas por más de una hora hasta que quedan al gusto del más refinado galán. La moda marca además un empolvado de nácar para el rostro y cuanta piel sea visible del busto bajo el corpiño bien prieto, lustroso, fino, de hilo y perfumado en lavanda. Con este aspecto que de muerta pudiera parecer para alguien en su sano juicio, quien pica es quien ansia probar las tendencias punteras que solo pueden venir de fuera de nuestras fronteras. No falla. Si hasta usan el francés en el cortejo como si yo lo fuera o entendiera sus torpes palabras de halago, que no me interesan.

Lo que me interesa es que su galantería los delate y su insensatez los condene para mayor ironía con la hoja de un estilete francés. El de mi marido, en manos de su viuda. El de el único francés que quiso alertar a esta plaza de cuanto sobre ella se cierne y protegerla de su destino cierto. Por ello fue ajusticiado sin juicio ni defensa por sus compatriotas, que creía amigos, y que consideraron traición tener por compañera una mujer española.

Para mi condena añadida al dolor de mi desgracia, llevo la marca del traidor en el muslo, al lado del estilete con el que ya he degollado media docena de cuellos y partido otros tantos corazones, y no en sentido figurado. Solo me detendrá sentir satisfecha la ofensa infligida al mío o alguien más rápido que yo manejando el engaño y la daga. Solo me detendrá quien me descubra y están muy ocupados con sus juegos de estrategia y sus cosas de hombres.

Sé quienes sois. Sé donde vivís, qué coméis, con quién os revolcáis. Sé a quién le guardáis ley y aprecio. Sé con quién parlamentáis y que entregaréis Tarragona. Y también sé otra cosa: que lo pagaréis caro, uno a uno, españoles y franceses. Dios perdone el alma cuando llegue si a ello alcanza su infinita misericordia. Yo no voy a dejar pasar la oportunidad de enviarle a cuanto traidor se me cruce con el juicio nublado por una cabellera rubia perfumada.

En esta tierra, o en cualquier otra, vecina o lejana. En esta vida o en la otra si una no basta.





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