Belmonte se pasaba el día correteando
por las áridas montañas tras su dueño, Lluis un joven muchacho
inmerso en una guerra un poco por casualidad y un poco por
obligación.
Pero los perros no entienden de batallas, Belmonte
ladraba al enemigo simplemente porque eran desconocidos para él,
intrusos que intentaban invadir su territorio, ajeno al peligro que
corrían su dueño y el mismo si los apresaran.
Esta batalla se alargaba más de lo
habitual llevaban una semana escondidos tras las colinas y
Belmonte ya se había acostumbrado al olor del enemigo, ya no ladraba
si acercaban a ellos.
El octavo día fue el peor en la
vida de Lluís. Al atardecer estaban acorralados, el enemigo no tuvo
compasión, bayoneta en mano acabaron con la vida de sus compañeros
entre ellos su padre que quedó en el suelo rajado por la mitad
con los intestinos en la mano, pero aún con vida, desangrandose poco
a poco y susurrando a Lluís que acabará con su vida. Casi con una
pasmosa determinación sacó su cuchillo y se lo clavó a su padre en
el corazón. Lo sacó con la misma determinación que lo había
clavado dispuesto a cortarse el cuello cuando escuchó el incesante
ladrido de Belmonte, escudriñó el horizonte en busca del can
y vio a lo lejos su silueta, corría en la misma dirección en la que
marchaba el enemigo.
Sin perder tiempo alguno lo siguió,
no permitiría que también acabaran con su fiel amigo.
Lluís
siguió el rastro de su perro durante tres largos días tan solo
había comido pan duro que quedaba en sus alforjas y abundante agua
del río que bordeaba el angosto camino cuando divisó el improvisado
campamento de sus enemigos; cinco hombres, armados, una joven
muchacha atada a la pata trasera de un caballo y en una jaula
minúscula su apaleado perro lleno de heridas.
Agazapado tras las rocas esperó
que llegara la noche y cuando todos dormían plácidamente liberó a
la muchacha y a su fiel mascota, en el mayor de los silencios
emprendieron la huida pero Belmonte estaba tan contento que soltó un
ladrido de alegría despertando al campamento. Lluís cuchillo en
mano rajó la yugular del que aún seguía en el suelo, el
perro saltó contra el que tenía más cerca, cayó y se golpeo
el cráneo con una roca y la joven muchacha clavó la bayoneta que
estaba cerca de la hoguera a otro de ellos , ya solo quedaban dos y
como por milagro divino los hombres cayeron en la hoguera que les
calentaba en la noche, el viejo caballo como venganza a los castigos
a los que se había visto sometido de una coz los mandó al
infierno.
Ganaron la batalla gracias a un
muchacho y su leal can y fueron vitoreados y laureados al llegar a la
ciudad que jamás ningún extranjero pudo conquistar.
Fin
Autora:
Mercy Flores.
Cómo siempre, Mercy Flores, Tus historias tienen sabor y una exquisita frescura.
ResponderEliminarDiferente,y entretenido relato.
ResponderEliminarMe encantó el final.
Creo que es el mejor relato en cuanto a una guerra que he podido leer, puesto que las guerras de por sí son estériles, ineficaces y absurdas. Al menos, esta ha resultado con un hecho heróico promovido por unos niños y la mascota, pues ella también se defendió.
ResponderEliminarFelicidades, como siempre, Mercy. A tus pies.
ES muy original, fresco, diferente. Me gustó
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