
Fray Fulgencio se encuentra metido siempre en todos los fregados más impensables. Tan pronto acompaña a los somatenes en alguna de sus incursiones contra los gabachos, como conspira con los brigants una de las muchas inteligencias que forjan para expulsar a los invasores de Tarragona, y todavía le queda tiempo para pedir limosnas entre las casas más adineradas de la plaza para ayudar y prestar socorro a los desvalidos y a las decenas de expósitos que malviven por las travesías, obligándoles a acudir a la catedral a aprender la catequesis.
Es bajito, regordete y paternal. Se ha ganado el respeto de todos sus feligreses, de los brigants y somatenes, porque cuando hay que tener los machos bien puestos, lo demuestra, y cuando hay que consolar a los desdichados, lo hace.
No le tiembla el pulso a la hora de descerrajar trabucazos, colgar a indeseables, y ser la consciencia de todos.
Como a Nuestro Señor, lo veréis en todas partes.
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